LA SILLA VACÍA
A pocos meses de culminar esta etapa estudiantil, de adentrarnos al misterioso e indescifrable mundo exterior, se escuchan por los pasillos del grado Once, ciertas palabras que resumen un pensamiento en común, un pensamiento lleno de insatisfacción y agotamiento, “ojalá esto termine pronto”, y a qué se refieren cuando dicen “esto”, a la torre de trabajos que en ocasiones por negligencia o por falta de tiempo, se acumulan en nuestros escritorios, a las constantes sátiras que se le escapan a uno que otro maestro sobre lo que será nuestro futuro, a la incertidumbre por nuestros resultados en las pruebas tipo ICFES , al ambiente académico que se torna algo molesto y en ocasiones “aburridor”, en fin, son múltiples factores los que conllevan a que algunos estudiantes (por no decir que todos) en los últimos días estén estresados, pensativos y sobre todo exhaustos.
Desde hace un tiempo atrás, hay algo que ronda mi
mente, algo que para muchos es de poca relevancia, sin embargo, es una
situación que a mi percepción debería ser estudiada minuciosamente. Como es de
saberse un colegio con un método pedagógico aún “cuadriculado”, debe, en cada
salón, tener una organización específica para sus estudiantes, una organización
“estratégica” para que estos últimos estén atentos a cada explicación, ahí es
cuando cada año los directores de grupo comienzan a maniobrar sus fichas, “fulanito
y fulanito no pueden quedar juntos porque molestan, entonces que fulanito se siente
al lado de fulanita”, o situaciones por ese estilo, por ello es que cuando
algún estudiante pregunta “¿cuál es el puesto de fulanito?”, todos, ya
prácticamente en coro, responden “en la primera fila el último puesto”, por ello
es fácil percibir cuando alguien se ausenta, pues su puesto queda vacío,
inmutable e inservible. Justo eso acontece
en un salón del grado once, donde la ausencia de un estudiante rebosó los límites,
él podía faltar un, dos y hasta tres días, sin embargo, pasaron dos semanas y
su puesto seguía ahí, en la misma posición y en el mismo lugar, algo empolvado
por el desuso, por supuesto, las
preguntas y rumores no se hicieron esperar, hasta que un día un compañero se
levantó y afirmó, con voz seria, “él no
vuelve, ya retiró papeles”, parecía que ya no era un juego, que la situación
era real, que aquel estudiante, algo distraído, simplemente no volvería más,
inmediatamente la culpa invadió todo mi cuerpo “¿será que hice lo suficiente
para ayudarlo?”, la respuesta a esa pregunta no me favorecía en lo absoluto. No
dejaba de pensar “¿por qué irse faltando tan poco tiempo para culminar el año?”
Aún no le encuentro una respuesta
concreta a esta pregunta, pero sí pude hacer varias suposiciones.
No es por intentar justificar sus acciones, pero como
lo mencionaba al inicio de este artículo el ambiente de preocupación,
incertidumbre y estrés, que invade los salones del grado Once, hacen que más de
uno salga ahuyentado, asusta a cualquier “novato” y haría llorar al más
susceptible, si a eso le sumamos
problemas personales e inconvenientes en el hogar, estamos armando algo
parecido a una bomba, que sólo necesita tiempo para explotar, en este caso ¿no
sería mejor, simplemente retirarte de la batalla? Aunque no soy partidaria de
dejar las cosas inconclusas, ni hacerlas mediocremente, no me atrevo a juzgar
tal situación, pues el contexto es distinto, no obstante sí me arriesgo al
afirmar “hay muchas más salidas que traen más beneficios que sólo desistir”
Que esta situación, sea un llamado de atención no sólo
a las directivas sino a los mismos estudiantes, es importante ser un apoyo, brindar
ayuda a quien lo necesita, no limitarnos a juzgar y no hacer nada al respecto, porque
al ser así seguirán apareciendo más sillas vacías.
Kateryn Liceth Carrillo López.
No hay comentarios:
Publicar un comentario