sábado, 31 de agosto de 2013

EL PEZ PROMEDIO

Imagínate que eres uno de los peces más grandes en una pecera chica en la que has vivido toda tu vida, ahora ¿qué pasaría si te mudaras a una pecera más grande llena de peces enormes y pasas de ser el pez más grande, a simplemente ser un pez promedio? Me imagino que un poco abrumado y confundido, pues son esas mismas sensaciones con las que, no hace más de dos semanas, me encontré en la ciudad de Bucaramanga, al ser seleccionada para asistir a un curso intensivo de pre ICFES, con la  empresa Hélmer Pardo.

Todo empezó con completa normalidad, un grupo garrafal de estudiantes de todo el país me acompañaba, todos con el pensamiento de aprovechar al máximo esa oportunidad con el objetivo de obtener los mejores puntajes en la prueba de estado, que prácticamente nos pisaba los talones. Poco fue el tiempo para intercambiar palabras con los demás, pues rápidamente abrieron las puertas y permitieron el ingreso de cientos de estudiantes, que rápidamente se buscaban en las listas y encontraban su salón.

Pasó la mañana en perfecta calma, atenta a la más mínima palabra que pronunciaban los docentes, sin embargo la tarde sería otra, pues a diferencia de la mañana (que era sólo teoría), la tarde estaba programada para desarrollar simulacros en grupo, afortunadamente (o infortunadamente, no lo sé) no me vi en la obligación de buscar compañeros, pues ya la lista con los grupos y estudiantes que lo conformaban estaban “fríamente calculadas” desde un principio.

La primera prueba no era otra sino matemáticas, me sentía segura, pues a mi percepción “era buena en esta materia”, y comencé a leer la primera pregunta con calma, no la entendía muy bien, no sabía que procedimiento hacer, miré a mis otros tres compañeros, los tres residentes en Bucaramanga y estudiantes de distintos colegios privados de la ciudad, quienes rápidamente en su hoja de procesos resolvían ecuaciones y llegaban a una respuesta acertada y en no más de un minuto. Atónita miraba como resolvían todas las preguntas, sin darme el más mínimo chance de terminar el procedimiento que yo apenas comenzaba, “será distinto en las otras materias” pensaba, tal vez para darme ánimo.

“Terminamos” el examen, y yo sólo había desarrollado de las 25, dos preguntas, lo entregamos a otro grupo para que lo calificara, pronto se escuchaban pronunciar los nombres de cada uno de los grupos con su respectivo puntaje, al escuchar las siguientes palabras quedé fría “Alkalú (como se denominaba mi grupo) 24 respuestas correctas”,  ¡24 respuestas correctas!  Y para mi sorpresa la única que erraron, fue una de las dos preguntas que yo había desarrollado, no sabía que hacer, dónde esconderme para ocultar mi vergüenza, sin embargo, quería resolver mis dudas y había llegado el momento de hacerlo, la docente preguntó “¿tienen alguna duda?” en el momento en el que iba a pronunciar “yo”, un rotundo  “NO” se escuchó en todo aula, palabra que me acobardó, como no me había pasado antes, y simplemente tuve que callar.

“Mañana será otro día”,  y así fue, vinieron otras materias en las que me desenvolvía con gran facilidad, y podía realizar aportes de gran relevancia a mi grupo, por fin me sentía útil, no obstante no podía sacarme de mi mente esa prueba de matemáticas, tampoco podía evitar mirar en los distintos listados, los puntajes por los cuales habían sido seleccionados para el curso intensivo, puntajes de 90, 80 y 70, la mayoría de estudiantes de la costa, hacían que mi puntaje (60) se viera insignificante.

En situaciones como esta, se puede evidenciar la gran diferencia entre la calidad de la educación pública y privada que se presenta en nuestro país, no trato de desmeritar todo aquello que mi colegio a lo largo de estos once años me ha ofrecido, pero sí deseo llevarlo a un plano de comparación, aún sabiendo que las comparaciones son odiosas, para de esta forma mejorar algunas falencias, que como todo, se presentan en nuestra institución.

En primer lugar, los estudiantes de nuestra institución a pocos días de presentar el examen, no habían finalizado la temática requerida para afrontar tal prueba, en ciertas materias, lo que produjo diversas dudas el  pasado 25 de agosto, pues se encontraron, o al menos yo me encontré, con términos y procesos que hasta el momento desconocía. Pero esto no es un problema del docente ni mucho menos de los estudiantes, el inconveniente radica en la constante pérdida de clase a la cual nos vimos sometidos este año, días festivos, salidas temprano, entre otros, fueron las principales causantes de días desperdiciados, cosa que poco se ve en un colegio privado, o al menos eso fue lo que a través de varías conversaciones con mis compañeros, pude concluir.

Por otro lado, la preocupación por las pruebas de estado de algunos docentes llegó tarde, aquellos que pasaron todo el bachillerato enseñando a los estudiantes con la “típica clase magistral”, sin innovar, de repente despertaban y proponían realizar pruebas ICFES, cambiar su metodología, aunque aceptable y respetable, ya era muy tarde, lo que no se hizo en muchos años, no se puede pretender hacerlo en unas cuantas semanas,  aunque vale la pena resaltar que existen docentes, que desde un principio siempre estuvieron interesados en el tema.

Entre otras cosas, ir a Bucaramanga fue darme “un brochazo de realidad”, es darme cuenta que siempre existirá alguien mejor que nosotros, que no somos perfectos, que no podemos “sabérnoslas todas”, que es necesario no sólo enfrascarse en libros sino mirar más allá. Nuestra institución además de prepararnos para las pruebas ICFES, que si bien son decisivas, debería realizar pruebas de actitud vocacional desde grados inferiores, enfatizar en aquello que nos gusta, abrir más modalidades además de la comercial,  cambiar su metodología, pero ante todo debe darnos todas las herramientas, para que a la hora de salir a aquel océano que se hace llamar vida, no seamos simplemente un pez promedio.



Kateryn Liceth Carrillo López.